VIENTOS DE CAMBIO
1810-1811
 

Los primeros intentos

 

Para el Cura Hidalgo y sus amigos; para cuantos frecuentaban su casa y aun para el pueblo de Dolores entero, los acontecimientos desarrollados en España y en la ciudad de México tuvieron que producirles una fuerte conmoción. En Campeche, Veracruz, Querétaro, Durango, por ejemplo, se llegaron a manifestar claramente ideas subversivas y provocar violentos accidentes.

Hidalgo había seguido uno a uno tales sucesos con interés que iba en aumento, enterándose de ellos principalmente por las gacetas e induciéndolo a hondas cavilaciones. Los anhelos de libertad que abrigara de tiempo atrás, cuando se le atribuía desear “la libertad francesa en América”, desde sus actividades en San Felipe, surgían ahora nítidos, potentes, en su conciencia, al calor de sus avanzadas ideas y de la visión justa que de las condiciones de su país tenía, sobre todo al tropezar en la Gaceta de México con una expresión alusiva a que América seguiría la suerte de España de caer en poder de una potencia extranjera, especialmente de los franceses, lo que lo hizo persuadirse de que la independencia de la Nueva España era no solo ventajosa sino urgente.

A continuación de los graves sucesos, aún palpitantes, a que hemos asistido en los primeros días de diciembre de 1808, hace estrecha amistad con el teniente Ignacio Allende, cuando éste volvía a la cercana villa de San Miguel el Grande, procedente de San Juan de los Llanos, a donde acababa de pasar el Regimiento de Dragones de la Reina después de la disolución del acontecimiento de trapas en Jalapa y Perote, y al entrevistarse con él en la rápida visita que hace a Dolores, descubriendo que viene asimismo animado de pensamientos subversivos.

Impresionados Hidalgo y Allende con la situación de España, que en lugar de mejorar amenazaba empeorarse más todavía, consideraban que era el momento de hacer la independencia de la Nueva España, sobre todo porque no volvería a presentarse ocasión oportuna para realizarla. Esta era la razón escueta de su móvil. El pretexto sería el peligro de que en efecto estaba bajo el poder de los franceses, quienes supuestamente la emanciparían temporalmente, para reintegrarla después a la Madre Patria en cuanto cesara la invasión napoleónica y Fernando Séptimo fuera restituido del trono.

Ambos convinieron, pues. Pasa de la propaganda hecha de palabra, a la designación de confidentes que se encargaran de apalabrar gente que estuviera pronta a usar de la fuerza en un instante preciso, operación a la que enseguida darían comienzo, cada cual por su lado; así como a proveerse de armas y hacer mayor acopio de dinero.

Allende empezó por declararse insurgente él mismo y declarar, en San Miguel, al capitán don Juan de Aldama y a don Joaquín Ocón.

Marcharon Hidalgo y Allende a Querétaro. En la ciudad, uno y otro se dedicaban a hacer visitas, por separado, a amigos que les eran comunes, y a los personales de cada uno.

El Corregidor licenciado don Miguel Domínguez y su esposa doña Josefa Ortiz de Domínguez, clérigos, letrados y simples particulares, van juntos a visitar de manera muy especial al doctor Manuel Iturriaga.

Es este sacerdote uno de los comprendidos en la conspiración de Valladolid, quien pudo sustraerse a la vigilancia del Gobierno, logrando se ignorase su complicidad. Hombre de ímpetus, de acción, tanto por la familia a la que pertenecía, y los créditos de ilustrado de que gozaba, como por haber sido capitular del Cabildo Eclesiástico de Valladolid, cargo considerado muy importante. Se hallaba bien relacionado y en condiciones para emprender algo serio a favor de la independencia. Puesto de acuerdo con Hidalgo y Allende, formuló un plan revolucionario compuesto de dos partes: la primera, conteniendo los medios de realizar el movimiento y, la segunda, lo que debería de hacerse después de verificado.

”Por la primera -reza el plan- se debían crear en las principales poblaciones otras tantas juntas, que bajo el más riguroso secreto sobre el fin que se proponían, propagasen el disgusto con el Gobierno de España y los españoles, inculcando sobre todo los agravios recibidos en los últimos años, la ninguna esperanza que había de que la metrópoli triunfase del poder colosal de Bonaparte, y el riesgo que en consecuencia corría la Nueva España de quedar sometida a éste, con perjuicio de la pureza de su religión. Estas juntas debían declararse también con aquellas personas de que tuvieran una absoluta confianza y que, por otra parte, en razón de su posición social pudiesen influir con ventaja en el buen éxito de la empresa. Los españoles en lo general debían ser vistos con desconfianza; por lo mismo se encargaba que sin mucha seguridad no se contase con ellos, debiendo en todo caso ocultárseles la conjura y valerse de ellos solamente como agentes secundarios. Estas juntas, luego que se alzase el perdón de la independencia, en el punto que se tuviese por oportuno, debían hacer lo mismo, cada una de ellas en sus respectivas poblaciones, deponiendo en el acto las autoridades que opusieren resistencia y apoderándose de los españoles ricos de quienes se temiese fundamentalmente lo mismo, aplicando sus bienes a los gastos de la empresa. Obteniendo el triunfo, los españoles todos debían ser expulsados del país y privados de sus caudales que se destinaban a las cajas públicas; el Gobierno debía encargarse a una junta compuesta de los representantes de las provincias, que lo desempeñarían a nombre de Fernando VII; y las relaciones de sumisión y obediencia a la España, debían quedar enteramente disueltas, manteniéndose en el grado que se tuviese por oportuno e indicasen las circunstancias de fraternidad y armonía”.

Hidalgo adoptó el plan sin discusión ni mayor examen, debido seguramente a que le parecía bien para la primera parte de la empresa. Allende, que no creyó de su incumbencia la parte dispositiva, quiso encargarse solamente de la ejecución. De carácter opuesto al del Cura Hidalgo, no tenía ni sus dotes intelectuales, ni su reputación, ni sus relaciones; en cambio poseía resolución, actividad, resistencia física, tenacidad y valor temerario, para llevar adelante el propósito más arraigado.

Hecho esto, Hidalgo siguió para el Sur, con dirección a Xaripeo y esta vez no sólo estuvo en sus haciendas: por aquellos rumbos hizo labor a favor del plan, especialmente entre sus colegas, las personas de carácter eclesiástico, y a su regreso a Dolores empezó a intensificarla allí y en varios puntos comarcanos, de palabra y por medio de epístolas. Solamente en el servicio de la parroquia, de las otras iglesias y de veinte capillas existentes en todo el curato, tenía a sus órdenes, entonces, catorce clérigos. Eran éstos los bachilleres presbíteros José Manuel López, vicario teniente de cura, y Francisco de Bustamante, sacristán mayor (comisario secreto de la inquisición y espía del párroco); los presbíteros auxiliares, José Ramón López Cruz (hermano del vicario), Juan de Orozco, Miguel Sánchez, José María Ferrer, y Joaquín Balleza; los padres Hermenegildo Montes e Ignacio Ramírez, encargados de la instrucción de los indios otomíes; el padre José María González, mayordomo de la obra de reparación que se estaba haciendo en la iglesia del Tercer Orden; el padre José García Ramos, capellán de la iglesia de Trancas; el padre José Ignacio Delgado, confesor; el padre Pedro Ramírez, capellán de la hacienda de la Venta, y el padre Mariano Balleza (hermano menor del padre Joaquín), capellán de la hacienda de la Erre.

Allende, por su parte, empezó por designar confidentes en Querétaro, a los señores Epigmenio González, Ignacio Carreño, Mariano Lozada, Ignacio Martínez, Francisco Loxero, Ignacio Pérez y otro señor apellidado Santoyo. Quienes inmediatamente se pusieron a trabajar en busca de partidarios.

Dadas estas situaciones a principios de junio, hubo menos agitaciones de las que tuviera mayo. Prolongada la estancia de la Virgen de los Remedios en la ciudad de México se dispuso un largo programa de festejos, manifestaciones religiosas que sirvieron de pretexto a los partidarios del dominio español, para dar rienda suelta a sus sentimientos patrióticos, haciendo el culto público tanto más aparatoso, cuanto más ruidosamente querían expresar sus ideas políticas, para lo que les servía de enseña la Virgen que recordaba la conquista.

A la sazón Allende había terminado en este mes su recorrido de propaganda hechos a diversos puntos, unas veces solo, otras en compañía del capitán Juan de Aldama, animado siempre por los rumores o noticias que recibía sobre la situación. En abril le había escrito de Veracruz don Marcos Mejorada, persona a quien conociera en el muelle de aquel puerto, diciéndole que los informes corrientes allá, eran tan graves, que de ser ciertos “sería infeliz la suerte de España.” Él a su vez, contestando de San Miguel, con fecha 25 de mayo, una carta a un amigo de Querétaro, don José Miguel Yañez, le decía entre varios temas de negocios y familiares:

“No ha sido corto el apetito que usted me da con el anuncio de la vindicación de Iturrigaray; mas esta materia trataremos a nuestra vista, ya que no lo quiere usted fiar al papel.

A beneficio de la naturaleza me repuse perfectamente, y creo que los pujos me vinieron grandemente, pues esa purga me tiene tan limpio y fuerte, que me siento capaz de tomar el sable, poner la patria en libertad, sacudir el yugo... Y conservar esta preciosa América a sus legítimos dueños y señores... ¡Ojalá y tuviera quinientos hombres del entusiasmo y brío del amigo Don Miguel!; pero si mi desgracia no me los franquea, ¡seré yo solo, ya que mis paisanos hacen el sordo!”

Empezó el Cura por mostrar a su amigo el Capitán una carta reservada que del intendente Riaño, de Guanajuato, acabada de recibir, en la que le recomendaba hiciese diligencias en San Miguel, en el sentido de ver si lograba hacer figurar en una lista de personas que se iban a proponer para la elección representante de la provincia a las Cortes Españolas, alguna que fuese de su misma manera de pensar.

Sorprendido Allende de los términos de la misiva, Hidalgo le explicó que tanto el intendente como el señor Obispo electo de Valladolid, Abad y Queipo, se inclinaban mucho “al Gobierno Francés”, según pudo colegirlo de las últimas pláticas tenidas con ellos, aunque sin aclararle si su inclinación tendía a que el país se entregase francamente a los franceses, o simplemente a arreglarlo conforme a sus revolucionarias ideas, a lo que el Capitán replicó que lo alegraría verlo nombrado a él para ir a España, porque entonces podrían descubrir bien la manera de pensar de aquellos dos personajes.

Allende fue a ver al regidor don Ignacio de Aldama y le trató el asunto, mostrándole la carta de Riaño, por lo que Aldama demostró interés; igual caso hizo con el regidor don Juan de Humarán, pero no obtuvo ningún resultado porque ya el Ayuntamiento se había fijado en otros sujetos.

Consistió la resolución en hacer juntas conspiradoras en los lugares más apropiados por su conveniencia o su estrategia, de acuerdo con el plan aprobado por el doctor Iturriaga, a fin de ponerlo en práctica cuanto antes. En el concepto, no bien se hubo marchado Hidalgo, sin pérdida de tiempo Allende se ocupó de formar una junta en San Miguel, agrupando a algunos amigos y compañeros de armas con los que ya había cambiado pareceres.

Escogió como punto de reunión la casa de su hermano don José Domingo de Allende, y para no despertar sospechas se discurrió que cada noche de reunión se hiciera un baile en el piso alto, lo cual no ofrecería nada de particular porque la familia de don Domingo y sus amistades eran gente de buen humor; se convino además, en que todos los concurrentes entrarían por la misma puerta de la calle, dirigiéndose las simples visitas a la sala, y los conspiradores a una habitación del entresuelo, de donde irían y vendrían, entre una y otra reunión, según se los aconsejara la prudencia.

Después de algunos días de animadas discusiones, se convino en que los miembros de la misma junta mandarían emisarios para todas las principales poblaciones del Virreinato, encargados de aumentar el número de confidentes que reuniéndose también en juntas secretas, convinieran los medios de inculcar en sus vecinos la idea de independencia, y una vez contando con un considerable número de adeptos, lo comunicasen al Capitán Allende.

Por principio de cuentas y a fin de poner en práctica este acuerdo, los dos Capitanes salieron para Querétaro, en donde siendo urgente crear otro centro coordinador y propagador de las actividades revolucionarias, Allende entrevista al licenciado José Lorenzo Parra, al presbítero José María Sánchez, al corregidor licenciado don Ignacio Domíngez, amigos de alta presentación social, decididos simpatizadores de la independencia, y después de largas pláticas con cada uno de ellos, y de acuerdo todos, resolvieron establecer, con una apariencia de academia literaria, una junta que se reuniría instintivamente en la casa del licenciado Parra para celebrar cesiones secretas.

Se tenía fijado el día 26 de septiembre, para iniciar el movimiento en Querétaro y San Miguel; pero pareciendo a Hidalgo y a sus compañeros corto el plazo para estar prevenidos de mayor armamento, acuerdan diferir el acto para el 2 de octubre.

El día 7 de septiembre salieron Allende y Aldama, a los ojos de todo mundo, dirigiéndose al rastro, a orillas de la población, con el pretexto de colear unos toros, cosa que efectivamente hicieron, y entrada la noche, continuaron en San Miguel.

Los conjurados se quedaron haciendo preparativos para la primera señal del levantamiento, tomando acuerdos y medidas de precaución. De pronto convinieron en que cada comprometido tuviera una bomba en su casa y la hiciera estallar cuando se tratará de aprehender a alguno, dando de esta manera aviso a sus compañeros.

No obstante, las denuncias se multiplicaban, y la conjura quedaba en descubierto.

El día 10, uno de los mismo conjurados, el Capitán Joaquín Arias, que era el encargado de dar el grito de independencia en Querétaro y que tiempo antes había tratado de promover una reacción a favor del virrey Iturrigaray, sospechoso de que el plan estaba descubierto y tratando de ponerse a salvo, se denuncia así mismo y denuncia a sus compañeros, ante el sargento mayor de su regimiento y ante el alcalde ordinario.

El mismo día 11 partieron de Querétaro, para México, dos denuncias más del movimiento revolucionario que se preparaba.

Pero la denuncia que realmente vino a acelerar los acontecimientos fue la del cura Gil de León. Presentose de improviso, al obscurecer, en casa del Corregidor, de quien era amigo, y le puntualizó que la Conspiración iba a estallar aquella noche; que se trataba de degollar a todos los españoles residentes en la ciudad, que en casa de don Epigmenio González y de un tal Sámano, había depósitos de armas, y que de todo esto tenía noticia el comandante de brigada de don Ignacio García Rebollo. Puesto el corregidor en la disyuntiva de proceder contra sus cómplices, o de ser preso en compañía de ellos por la autoridad militar, resolvió, después de mucho pensarlo, aprehender a los conjurados, lo que puso en conocimiento de su esposa, y recelando de alguna imprudencia del carácter fogoso de doña Josefa, al salir de su casa, que era el mismo edificio de las Casas Reales, cerró el zaguán, llevándose las llaves y partió en su coche en busca del escribano.

No creyó el corregidor encontrarse de pronto en tan grave conflicto, teniendo que obrar conforme al imperioso deber impuesto por su cargo, sin haber podido dar aviso a los conspiradores, y corriendo el riesgo de que ellos lo denunciaran. Al dirigirse a la casa de González, pensó en salvar por algún medio a sus amigos y correligionarios, y consideró que lo mejor sería tocar a la puerta con todo aparato, con lo que tendrían tiempo de evadirse los que estuvieran dentro; pero el astuto escribano impidió esta maniobra, haciendo que antes de tocar subiesen las tropas a las azoteas.

 

 
 
 
 
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